por Mumia Abu-Jamal
Cuando un presidente estadounidense anuncia que pronunciará un discurso sobre sus agencias de inteligencia, todos los ojos y oídos estarán atentos. Especialmente desde que Edward Snowden reveló que las antenas parabólicas de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) reciben miles de millones de bits de información sobre los estadounidenses, los extranjeros ––y todo el mundo.
El presidente ––inteligente, suave como seda china, guapo–– tomó el micrófono para intentar calmar la tormenta, dándoles tanto a los activistas por la privacidad como a las agencias de seguridad algo que llevar a casa. Tirones aquí, ajustes allá, y declaraciones diseñadas más para calmar las ansiedades nacionales que realmente acabar con un Estado marcado por la vigilancia.
A decir verdad, cuando el presidente Barack H. Obama dijo que la NSA no intercepta teléfonos excepto cuando están en juego graves amenazas a la seguridad nacional, se pareció más a su predecesor George W. Bush, de lo que él seguramente hubiera pretendido.
Por más que lo intenté, no pude borrar el recuerdo de Bush parado en el atril, con el sello presidencial reflejado en decenas de lentes de cámara, diciendo: “Estados Unidos no tortura”.
¿La canciller Ángela Merkel era una amenaza a la seguridad nacional? ¿Lo era cualquier otro líder? ¿El declarar que ya no habrá intercepción telefónica a los altos líderes mundiales, significa que ahora habrá vigilancia más agresiva a los líderes de segundo nivel? Parece que sí.
La función de las agencias de inteligencia es ––¡recabar información de inteligencia! La función de los espías es ––¡espiar! Mientras estas agencias existan, esto es lo que harán. Punto. Es lo fundamental. Y ningún presidente se atreve a quitar esta poderosa herramienta de su arsenal. De hecho, se lo agradece.
Piensa en todos los presidentes desde Harry Truman (cuando se estableció la CIA en 1947). ¿Puedes nombrar uno que no usaba la Agencia en contra de sus adversarios? ¿o uno que se negó a recibir datos de inteligencia? Por supuesto que no.
Poco importa que el entonces Obama criticara a las agencias de inteligencia durante su campaña presidencial, porque una vez elegido, el juego cambió. Era suyo.
Truman, una vez fuera de la presidencia, dijo que nunca había querido una agencia siniestra: pero “fuera de la presidencia” significa “fuera de poder”.
Y se informa que John F. Kennedy, avergonzado por el fiasco y fracaso de Playa Girón (Bahía de Cochinos) en Cuba, dijo que él quería “romper” a la CIA en “mil pedazos.” No vivió suficiente tiempo para hacerlo.
Obama, como todos los presidentes anteriores, ha caído ante el sueño dorado de la inteligencia, un sueño que siempre promete más de lo que entrega.